Todos los días al sonar el campanario de la iglesia anunciando las cinco de la tarde se oye un grito que hace estremecer las almas. Luego, como seres inconmovibles todos continuarán con su rutina diaria. Parecen marionetas llevadas por hilos invisibles hacia la escena póstuma, allí donde morirá la memoria.
-¡Dejen que valla a buscar a mis nietos, ellos me esperan!- Se escucha su vocecita temblorosa pero con autoridad -¡¿No oyen que ellos me esperan?- Su voz final es casi un ruego.
Este grito sofocado se escucha todas las tardes a la misma hora, a continuación repican al unísono los ecos solidarios que luego se van extinguiendo poco a poco.
Quizás, alguna vez nos hemos cruzado con estos seres por las tranquilas calles de la vida antes de fundirse entre las sombra, sombras que atrapan.
Quizás también podríamos haber visto en sus ojos claros de llorar ausencias un mañana incierto.
Quizás también podríamos haber visto en sus ojos claros de llorar ausencias un mañana incierto.
Pero una pequeña lucecita todas las tardes se enciende, logrando remontar velas y se sueltan amarras… Y las alas de unas grises golondrinas golpean las ventanas, volando más allá de la techumbre. Solo por unos segundos. Lo que dura el grito.
Es la voz de una anciana que en ese momento de la tarde a la misma hora de todos los días le urge encontrarse con su esencia. Su herencia.
Es la voz de una anciana que en ese momento de la tarde a la misma hora de todos los días le urge encontrarse con su esencia. Su herencia.
Su grito hizo que por unos momentos todos percibiéramos que ella era dueña de ese barco encallado y que vaya a saber cuándo comenzó a hacer aguas.
-! No me detengas y abrí las puertas!... ¡Voy a llegar tarde!...
-! No me detengas y abrí las puertas!... ¡Voy a llegar tarde!...
¿Es que nadie me escucha que voy a llegar tarde?-
Una y otra vez, hasta que el abatimiento se lleva sus entrañas. Su mensaje igual sigue volando, queriendo surcar los cielos.
Son solo unos instantes y la premura de saber que afuera la espera su nieto le hace querer correr a enjugar sus lágrimas. Parece ver por un instante la carita amada, colorada de tanto jugar. Su sonrisa amplia y sucia de caramelos y ella radiante una vez más lo descubre a la salida del colegio.
Son solo unos instantes y la premura de saber que afuera la espera su nieto le hace querer correr a enjugar sus lágrimas. Parece ver por un instante la carita amada, colorada de tanto jugar. Su sonrisa amplia y sucia de caramelos y ella radiante una vez más lo descubre a la salida del colegio.
Las llaves frías tintinean, las manos extrañas de una asistente dan vueltas como espiral y cierra la puerta del particular espacio. La mujer no concebirá que esos giros la transportaran a la espera crucial de un nuevo día.
Quizás mañana cuando repiquen las campanas nuevamente la anciana al fin pueda vislumbrar el horizonte. O quizás lo haga cuando llegue el crepúsculo.
Quizás mañana cuando repiquen las campanas nuevamente la anciana al fin pueda vislumbrar el horizonte. O quizás lo haga cuando llegue el crepúsculo.
Por hoy ganó en unos instantes una fracción de su presencia.
Quizás yo nunca conoceré si mientras corrió hacia la libertad las imágenes queridas se recrearon en su mente despoblada o solo fue mi demanda a los cielos una tarde muy plomiza de julio.
Por un breve lapso corro el telón y me sumerjo de nuevo en la escena; quizás pueda una tarde de éstas bislunbrar junto a la viejecita la Luz que nos abre las puertas. Esa es la luz que iluminará el sendero para encontrarnos al final del camino con los seres que amamos....
María Luz
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