
...Estas leyendas que nos transmitía nuestra madre a mí y a mis hermanas, como ya les conté anteriormente arrancaron cuando yo era muy chica; y sus imágenes eran tan diversas en colorido y escenografia que bien podrían haber transcurrido en el campo, en la ciudad, entre gente humilde o de dinero; como también podían haberse colado de algún otro terruño.
Por ejemplo el robo de niños que según nos decía mi madre con la complicidad de las vecinas, que eran llevadas a cabo por los gitanos desde el mismo día que llegaron y se asentaron con sus carpas cerca de nuestro barrio.
Esto sí que era muy traumático para todos los niños en general, ya que veíamos pasar continuamente a estas personas. La mujeres estaban ataviadas con largos y coloridos vestidos, algunas tapaban sus cabezas con un pañuelo. Según repetían todas las madres del vecindario, éstas mujeres andaban a la pesca de las criaturas para venderlas en otro país; aunque repetían que a los más mayorcitos se los quedaban ellos para hacerlos trabajar.
Lo más temible para todos los niños que vivíamos esta situación era que toda vez que pasaban las gitanas por nuestras casas, golpeaban a nuestras puertas. Yo recuerdo que con mis hermanas y los pibes del inquilinato disparábamos a escondernos en nuestras casas. Mientras tanto nuestras madres salían muy dispuestas con alguna que otra foto en los bolsillos, o algún pañuelo que las gitanas pedían para echarles las suertes.
Las mujeres de la casa muy sigilosas miraban que no hubiera ninguno de los maridos cerca. Un día pude ver a mi mamá cuando metía dinero en su delantal y luego vi muy bien cuando se lo daba a la gitana. Y yo me preguntaba ¿que hacía mi madre con la mano abierta sobre la mano de esa robona, y que le decía ésta en secreto? ¿Acaso no era una de las gitanas que venían a llevarse a todos los chicos de la cuadra?
Los más grandecitos asomados a la ventana cuchicheabamos que si no sería que nuestras propias madres nos querrían vender a esta gente. Así que sufríamos el doble cada vez que nos portábamos mal, porque mi madre repetía socarrona que dejaría que esas ladronas en la próxima pasada nos llevaran con ellas.
Ahora todo esto resulta bastante gracioso, pero en ese entonces ni a mí, ni mis hermanitas nos causaba gracia lo que nuestra madre nos repetía sin cansarse.
Ahora todo esto resulta bastante gracioso, pero en ese entonces ni a mí, ni mis hermanitas nos causaba gracia lo que nuestra madre nos repetía sin cansarse.
Esta otra historia era la de una madre a la cual su hija se había enamorado de un vagabundo, como la chica no quería estudiar, ni dejar a su enamorado; la mujer le pidió a las monjas de un convento que encerraran a su hija hasta que ésta cambiara de actitud. Una noche tormentosa vino a la casa de la mujer en busca de la muchacha un señor vestido de frac y de galera, en un coche muy lujoso. Tarde fue cuando la chica se dío cuenta que era el demonio quien la llevaba al mismo infierno.
Según mi madre contaba con regocijo éste podía aparecer a cualquier hora de la noche a buscarnos al primer desliz cometido. Y dejaba bien en claro que esto podía sucedernos si andábamos presumíendo o mirándo sin recato a los chicos con pantalones largos, ya que en esos tiempos los varones hasta los dieciséis años usaban pantalón corto.
En estos tiempos resulta divertido, también es bastante anticuado hablar de estas cosas; pero en esa época era casi un pecado mortal el solo pensamiento en el otro sexo y sin siquiera pensar literalmente en sexo, sino el solo hecho de mirar al chico que nos gustaba.
Porque aunque los chicos de hoy no lo puedan creer, éramos muy cándidos los adolescentes de doce años, catorce o dieciséis; que ni siquiera sabíamos la gran mayoría como nacían los bebés y menos que menos cómo se hacían. Esto sí que es muy risible. Aunque pienso que nuestros padres creían que era mejor mantenernos alejados de la realidad, porque para colmo de males ellos siempre pensaban que todo era malo y pecaminoso.
Quizás muchos de mi edad se pudieran unir a este razonamiento. Pienso que muchos padres ejercían o ejercen aun hoy sobre sus hijos una incierta manipulación, y quizás para justificarlos un poco a los míos puedo creer que en esos momentos ante el temor a que cometiéramos las trasgresiones normales que cometen los jóvenes de toda época, nos infundían tantos temores.
Ya no los culpo. En estos momentos no. Eso sí, fueron largos años de terapia sicológica para reconocer que nada de lo que hagamos con sentimiento, respeto y convencidos de que somos autores principales de nuestro destino puede resultar pecaminoso.
Y en cuanto al rencor de tantos años de mentiras, lo fui resolviendo conociendo el amor de Dios que me enseñó a perdonar muchas crueldades que cometió parte de mi familia.
Aunque cavilo que si hoy en día hubiera algo de temor en la juventud, no ocurriría lo que está pasando con las drogas, el alcohol, la violencia que está provocando tantas muertes entre los más jóvenes. Aclaro que no avalo para nada la forma que usaron mis ancestros, porque no es con esa clase de miedo con la que me educaron que se corrige a los niños y adolescentes. Porque hay cosas que pasaron en mi vida, como en la vida de tantos otros niños atormentados por sus mayores que no hablan para nada de salud mental o de sabiduría para criar a los hijos.
....Y aunque no quiera recordar vienen como pantallasos algunas de esas noches de hace tanto tiempo, cuando mi madre muy meticulosa nos imbuía en sus escabrosas historias mientras embebía nuestras cabezas con querosén para erradicar la pediculosis, que le resistían al mismisimo DDT y a cualquier otro remedio casero que ella empleaba. Luego de envolvernos con un turbante apretado nos mandaba a dormir. Con mis hermanas nos acomodábamos temblorosas en una cama de dos plazas, con el anhelo de que una noche más ese brasero que ardía a unos metros de donde desplegábamos nuestra imaginación no nos alcanzara. Yo me acostaba siempre a los píes de la cabecera para cuidarme y cuidar a mis hermanas.
En esos momentos el calor tan cercano del bracero hacía que sintiera un destellar insoportable en mí cabeza. O quizás sería el relumbrar de mis retinas que se resistían hasta el amanecer, cuando las cenisas para esas horas habían ganado mí batalla.
En estos tiempos resulta divertido, también es bastante anticuado hablar de estas cosas; pero en esa época era casi un pecado mortal el solo pensamiento en el otro sexo y sin siquiera pensar literalmente en sexo, sino el solo hecho de mirar al chico que nos gustaba.
Porque aunque los chicos de hoy no lo puedan creer, éramos muy cándidos los adolescentes de doce años, catorce o dieciséis; que ni siquiera sabíamos la gran mayoría como nacían los bebés y menos que menos cómo se hacían. Esto sí que es muy risible. Aunque pienso que nuestros padres creían que era mejor mantenernos alejados de la realidad, porque para colmo de males ellos siempre pensaban que todo era malo y pecaminoso.
Quizás muchos de mi edad se pudieran unir a este razonamiento. Pienso que muchos padres ejercían o ejercen aun hoy sobre sus hijos una incierta manipulación, y quizás para justificarlos un poco a los míos puedo creer que en esos momentos ante el temor a que cometiéramos las trasgresiones normales que cometen los jóvenes de toda época, nos infundían tantos temores.
Ya no los culpo. En estos momentos no. Eso sí, fueron largos años de terapia sicológica para reconocer que nada de lo que hagamos con sentimiento, respeto y convencidos de que somos autores principales de nuestro destino puede resultar pecaminoso.
Y en cuanto al rencor de tantos años de mentiras, lo fui resolviendo conociendo el amor de Dios que me enseñó a perdonar muchas crueldades que cometió parte de mi familia.
Aunque cavilo que si hoy en día hubiera algo de temor en la juventud, no ocurriría lo que está pasando con las drogas, el alcohol, la violencia que está provocando tantas muertes entre los más jóvenes. Aclaro que no avalo para nada la forma que usaron mis ancestros, porque no es con esa clase de miedo con la que me educaron que se corrige a los niños y adolescentes. Porque hay cosas que pasaron en mi vida, como en la vida de tantos otros niños atormentados por sus mayores que no hablan para nada de salud mental o de sabiduría para criar a los hijos.
....Y aunque no quiera recordar vienen como pantallasos algunas de esas noches de hace tanto tiempo, cuando mi madre muy meticulosa nos imbuía en sus escabrosas historias mientras embebía nuestras cabezas con querosén para erradicar la pediculosis, que le resistían al mismisimo DDT y a cualquier otro remedio casero que ella empleaba. Luego de envolvernos con un turbante apretado nos mandaba a dormir. Con mis hermanas nos acomodábamos temblorosas en una cama de dos plazas, con el anhelo de que una noche más ese brasero que ardía a unos metros de donde desplegábamos nuestra imaginación no nos alcanzara. Yo me acostaba siempre a los píes de la cabecera para cuidarme y cuidar a mis hermanas.
En esos momentos el calor tan cercano del bracero hacía que sintiera un destellar insoportable en mí cabeza. O quizás sería el relumbrar de mis retinas que se resistían hasta el amanecer, cuando las cenisas para esas horas habían ganado mí batalla.
Solo me queda en claro que fueron muchas las noches en las que batallaba con tantas e inciertas alucinaciones. Y muchos fueron los años en que éstas volvían inexorables como parte de una película inconclusa, en la cual muchos niños de aquella época fuimos los principales protagonistas.
María Luz 2009
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