DIALOGO INTERIOR

Tanto mis pensamientos como los sentimientos están inmersos entre dos vertientes, ora lo bueno, ora lo malo cobran sentido en estos tiempos en la sin razón de mi mente, apoderándose tanto lo uno como lo otro de mi corazón, gobernando todos mis actos haciendo de mi un triste y paradójico títere que vaya a saber en que pirueta o en que escenario gestó su burlón y grotesco espectáculo. Dios y el innombrable tienen cabida en estos momentos en mis reflexiones; palabras de vida que me llevan hacia el oasis, o hacia numerosas imágenes de muerte que me acercan al más siniestro de los infiernos y que se baten a duelo hasta el cansancio en mi mente aletargada. Señales de vida me exaltan cuando la muerte quiere cobrar su victima. Yo.

Tantos anhelos de vida que se diluyen, se esfuman, cuando ante mis ojos se despliegan las más horrorosas imágenes que cubren con sus cenizas lo que pudo haber sido lo más perfecto, lo más bello de las cosas.

Mi mente se solaza con el espectáculo dantesco que se bate en medio de las arenas de la vida. ¿De la lucha que puedo decir? Si ni yo misma sé a ciencia cierta como se desató esta batalla, ni si soy, o no culpable de haber permitido que mis soldados quedaran sin capitán y que sean gobernados por sus propios temores a continuar defendiendo lo indefendible o lo correcto.
Ora lo uno, ora lo otro, o como se valla presentando el adversario, o como se tenga que blandir la espada, si es a diestra, o a siniestra, si es a matar, o a dejar jirones del alma en las arenas desiertas de estos lamentos.

Estaba leyendo Cándido de Volta iré, y me llamó la atención cuando el filosofo del cuento le señalaba a Cándido que toda causa tiene su efecto y aunque no sé nada en absoluto de filosofía, es una verdad radical para mi forma de ver las cosas de la vida, ya que todo esto que me está aconteciendo últimamente logró quitarme el sueño. Pienso que es algo que desde el génesis ya se estaba gestando, quizás haya sido desde el mismo momento en que hice mi aparición en escena.

Soy una convencida casi al borde del paroxismo que estoy pagando parte de mil transgresiones, de mil caprichos; si puedo llamar así a este orgullo incierto y necio.
Me veía a mi misma en el personaje de Cándido, éste era un ser ingenuo que iba descubriendo el mundo de a poco y se extrañaba de todo lo que veía, pero que al final aunque era una buena persona, honesta y generosa; las mismas circunstancias de la vida lo llevaron a convertirse en un asesino. Todas las desventuras de Cándido fueron a raíz de que se enamora y le roba un beso a la heroína de la novela; algo tan simple y conmovedor le hace perder la comodidad en que se discurría su vida y sus humildes utopías. El sentimiento por la mujer anhelada hizo que lo arrancaran de sus raíces, de sus bienes materiales, como también de los brazos de su amada. Tan dramático fue que tuvo que escapar para salvar su vida. Nunca se enteró porqué diantres, pero en un instante perdió la paz.

¿No es acaso que el amor y la paz van de la mano, y que cuando amamos subimos a la cúspide de los anhelos? ¿Por qué entonces el amor nos acerca siempre a conocer que estás cara a cara con la desdicha? ¿Por qué este mismo amor tan sublime, con el tiempo adverso nos lleva a sufrir la cruz de la moneda?. Para luego dejarnos inmersos en un callejón sin salida. Aunque en realidad hay una salida; porque siempre son dos los caminos, el uno es la vida, el otro es el mismo infierno. El uno es hacer lo correcto, lo que el mundo espera que hagamos ¿o no es así?

El otro camino es respetar nuestros sentimientos aunque esto sea lo incorrecto. Sino seguiríamos chapoteando nuestros propios vómitos, respirando el ácido inmundo que nos aleja de los aromas queridos, de las sensaciones sublimes que nos otorgan las caricias amadas, el néctar de un beso, el goce de nuestros cuerpos buscando el punto donde encontrarnos para morir por un instante. Dándonos cuenta que esa misma muerte nos acercó a la vida solo por un instante. Solo eso.

Alego que este egoísmo o soberbia tienen una raíz, un porqué de ser. Aunque sé muy bien que no es bueno tener estos sentimientos. ¿Pero como hacer para matar esta raíz malevolente que quiere asfixiar el poco amor que aún me queda? y que es lo único bueno.

¿Cómo haré para ahogar este amor propio antes de que él me ahogue en el sutil y mortífero veneno? ¿Cómo haré para salir del laberinto en el que me hallo?…
Quisiera encontrar la puerta correcta y que esa puerta esté marcada desde lo alto para no equivocarme de nuevo…
Quisiera aprender a olvidar la ira que me convulsiona los tuétanos y a mi sangre la vuelve agria, espesa, y que deja a mi corazón languideciendo. Exhausto por el tormento a que se ve expuesto. Éste corazón es el motor de mi vida y hoy está drenando su propia muerte…

Siento ira. Si. Ira de solo pensar que yo misma le permití entrar en mí ser. Que él sabe al dedillo hasta el más mínimo de mis desvelos. Lo sabe todo, porque yo misma le abrí las puertas de todos mis rincones, de todas mis reservas.

Yo. Solo yo tengo la culpa de no haberme guardado nada. De haber sido tan ingenua, tan absurda, ridícula y tan entregada a él, que hasta puse la llave de mi vida en sus manos.
Le di a leer el diario de mis afanes. El cuaderno donde fui cubriendo renglón tras renglón con la memoria de tantos amores, de tantos rechazos. De las veces que fui primero amada y luego mancillada. Socavada, herida a muerte y despreciada hasta el hartazgo.

No tuve ante él, la vergüenza de mostrarme sin ningún atavío, porque creí que su amor me estaba protegiendo. Siempre creí -¡pobre de mi!- que esa mirada que me prodigaba era de amor y que siempre sería así. Que sus verdes praderas me vestían de honra y que sus brazos, sus caricias, me protegían de la cizaña para que nunca se ahogaran mis pámpanos.

Hoy me doy cuenta que soy la única culpable si él sofocó mis ilusiones, porque no se puede entregar lo más preciado así nomás. Aún nos den todos los recaudos. Aún nos firmen un pagaré al portador. Y asimismo nos juren por Dios, ya que a Él, es al primero que se olvida cuando obtenemos de sus manos la fortuna ambicionada.

_Si. Lo declaro a viva voz, soy la única culpable del estado lamentable en que hoy se debaten mis razones, y que por respeto ni a Dios mismo le muestro. Digo hoy, porque hasta ayer necia de mi, seguía insistiendo en que él viera mi sufrimiento.

Si, porque hasta esto quise compartirle. Dejé que viera mis miserias, mis tripas expuestas al sol y este odio que fue creciendo, arraigándose como una maleza de todo mi interior. Odio, que agazapado recorrió cada tramo de las arterías logrando envenenarme el corazón, aunque este músculo tan preciado y vital se resistió tanto como pudo. Pero tal como sucede cuando el veneno entra en el torrente sanguíneo el final es la muerte. Era de preverlo. Aunque no lo crean; yo no lo vi.

Hasta que sentí que me asfixiaba en el ácido vil de éstos razonamientos, que son los que hoy me sostienen y sostengo y éstas son en realidad las vertientes que no dejan que llegue a ningún puerto. Esto tampoco me permite encontrar un sosiego y lo único que hace es que me ahogue en las aguas amargas de los resentimientos.

Oh fatal sentimiento! que solo logras que continué bebiendo una y otra vez del néctar de una estúpida decepción.

María Luz...2007