TARDECITAS LITERARIAS

No se, pero sentí un cosquilleo en la sangre cuando me habló esa tarde de fines de noviembre. Con esa, su voz tan masculina, con una calma tal, como de quién disfruta de toda la paz del mundo. Su voz logró tocar las fibras más íntimas de mi alma, recorriendo caminos olvidados, intransitados. Apenas fueron tres palabras, pero ellas abrieron un preámbulo al tiempo embotado, perdido en aciagas tempestades; un tiempo sin sueños sintiendo solamente la lasitud de sábanas entumeciendo mis carnes en llamas.

Y pensar que no me había dado cuenta, que todo el tiempo estuvo ahí Observando mis idas y vueltas; con su sonrisa cálida y cómplice ante mi forma de ser, tan niña, tan mujer.

Yo hasta ese momento ni pensé que era centro de su atención; es que antes de ese día creía lo que la mayoría pensaba de mí, y había postergado mi esencia, mi don de mujer.
Y fueron sus palabras, tan apreciadas a pesar de mis tiempos que transcurrían a destiempo de su vida las que hicieron sentirme plena, escogida, halagada; -¿Y porque no?, hermosa en toda la expresión de la palabra.

Stella se rió descaradamente cuando le hablé a borbotones de tal revelación. Me sentía feliz y triste a la vez ya que ese mismo día terminaban los cursos, precisamente era el momento de la despedida. Ella también se reía con ganas porque como siempre no me había dado cuenta de nada, mientras que en el taller todos hablaban del tema. Sorprendida por los comentarios a mis espaldas de mi amiga y compañeros alegué que estaban todos locos. Aunque pensándolo bien, podía ser verdad lo que ellos señalaban, ya que había notado las últimas dos semanas que él dejaba cerca mío pequeños regalos como al descuido.

Recuerdo la tarde anterior cuando llegó con una flor entre los libros y la dejó en la mesa de trabajo, me dijo como al pasar -Si te gusta- cuando le pregunté por curiosidad para quién era esa rosa. En esos momentos caía en la cuenta de que él siempre estuvo atento a mis necesidades.

Como las tantas veces que yo llegaba tarde a las clases y él se esmeraba en pasarme los apuntes. Y cuando por distraída, o porque mi vida es un caos y nunca encuentro nada adentro de la cartera o el bolso, él me extendía su bolígrafo, con esa sonrisa que desbordaba de sus ojos oscuros y que siempre brillaban como dos luceros.

Yo tomaba la pluma sin prestarle demasiada atención y cuando terminaba la jornada, si me acordaba se la dejaba a un costado de la mesa, él me indicaba con timidez que me la quedara. En realidad no me parecía nada fuera de lo común entre compañeros.

Hacía dos años que compartíamos las clases de escritura; pero nunca se me cruzó por la cabeza que tenía otra intención la flor, los préstamos, los apuntes, o esos versos que me obsequiaban sus ojos siempre risueños cuando exponía su trabajo en clase.

Sentí que se disolvía en mi boca un caramelo de coco y miel, cuando me miró con un brillo distinto esa tarde lluviosa. Estos son los caramelos que me gustan y que él solía dejar sobre la mesa desde aquella tarde fría, comienzos de julio, cuando el profesor nos preguntó: - ¿Alguién quiere un caramelo? Y yo arrebatada como siempre, respondí ante las burlas de todos _”! Si son de coco y miel sí, sino no!”.

Me estremezco de solo pensar en su juventud arrolladora y de los vuelos que desplegaban sus versos y con tanto candor a la vez en ese día cuando sus manos rozaron mis hombros al ayudarme con el abrigo, fue cuando traspasó todas mis fronteras y casi escapé hacía donde estaban mis demás compañeros. Éstos como siempre a la salida del edificio hacían planes para ese fin de semana. Yo me quedé a un costado de la puerta esperando a Stella. Me di cuenta que él me había seguido y se había quedado a una distancia mínima de donde yo estaba, presentí enseguida que quería hablarme.

Confusa y temblando de verguenza trataba de despojarme de las preguntas que me hizo mi amiga minutos antes de terminada la clase, con esa picardía que tanto la caracteriza:

_ ¿Te gusta? ¿Sentís algo por él?.

Y lo negué. Sí, claro que lo hice, con la convicción de que solo podía ser una tontería de ella, o una ilusión mía, tonta también. Me molestó darme cuenta que los demás estaban atentos a nosotros.

De pronto me sentí suspendida en el aire y envuelta por una niebla. Embriagada como en un letargo vi cuándo se acercó extendiéndome la rosa que había despojado de espinas, con ella rozó mis manos que ante la caricia de la flor se abrió levemente ansiosa, esperando torrentes de caricias. Primero no nos importó que todos observaran cuando nuestras almas se fundieron en una sola, y qué como pájaros desplegando su aleteo se rozaron nuestros cuerpos ávidos el uno del otro.

Fue solo por unos segundos, ya que estentóreas risotadas rasgaron ese instante mágico, atenuándose ese vuelo que remontamos sin redes, y sin más límites que el qué se procuraba nuestro espíritu anhelando libertar las ataduras.

Pero pronto los crueles chacales insensibles a ese instante mágico lograron que nos alejáramos avergonzados como dos adolescentes.

Lo recuerdo nervioso y rojo como un tomate levantando los libros y la mochila derribados en el césped húmedo. Caminó unos metros alejándose, pero volvió por el paraguas negro que había quedado como un fuelle viejo a mis pies, cuando se incorporó con el paraguas que escurría el aguacero de esa tarde de verano, me miró trémulo y apenas escuché su voz

-¿Te puedo llamar?

Y se reunió apresurado con el grupo que lo esperaba en la esquina sin esperar respuesta. Yo me fui con Stella caminando despacio hacia la parada del colectivo, iba como en otro mundo, apenas escuchaba la cháchara de mi querida amiga que quería que yo le diera todos los detalles, y enojada con ella misma porque se había perdido nuestro encuentro todo por quedarse a conversar con la secretaria.

Me decía emocionada que le parecía algo genial y que estos eran verdaderos amores tan reales como las poesías de Alfonsina Storni, Amado Nervo, Pablo Neruda…

Hoy estoy a la espera de que suene ese teléfono, no sé si lo hará ya que han pasado casi seis días desde esa tarde mágica.

Tarde cuando por un instante se detuvo mí reloj. Hoy quisiera llamarlo y no me atrevo, corro hacia el teléfono mil veces por día al repiquetear en mi cabeza su oración:

_¿Te puedo llamar?

Tampoco quiero hablar de este sentimiento con Stella. Después de todo solo fue un acercamiento de él y una pregunta. Un roze apenas que hizo estallar a mi alma que ya creía que no existían las iluciones; y a partir de esa tarde el tiempo danza sobre ese instante inesperado a estas alturas de mí vida.

No logro arrancar de mis sienes esa flor que rozó mi piel apagada, y por la cual quedé anhelando el roce de su piel joven y firme. Pienso en esa mirada cargada de propuestas apasionadas posándose en mis labios, los que quedaron apremiando del néctar de su boca; y en ese soplo que me regaló la vida.

Hoy me parece todo tan distante. Extraño sobremanera las tardecitas literarias en que nuestras almas se encontraban cada semana sin que nosotros mismos nos diéramos cuenta, hasta que finalizaron.

Pienso que si el destino volviera a cruzarnos, no voy a quedarme en esta expectante quietud observando como el destino nos atrapa, alejándonos la esencia de nuestros sueños. Dejándonos en una constante espera y con el anhelo de volver a levantar vuelo.

Juro que en la próxima oportunidad voy a impedirle al tiempo que se marche así, dejándome solo el perfume de su piel impresa en unas rosas secas, las que hoy yacen atrapadas entre las preciadas estrofas de su libro de poemas.


María Luz 2005