La causa de un fosforo...

__Si Señor. Como no; voy a explicarle a usted con lujos de detalles los hechos que desataron la tragedia de la madrugada del miércoles once de Mayo en el departamento de mi novio.


Yo llegué ese martes diez de Mayo por la tarde al edificio donde vivía Fabricio Pacheco. Como todos los martes desde que empezamos a salir nos íbamos a encontrar esa noche cuando él volviera de la facultad.

Eran las siete y media de la tarde más o menos, las calles estaban desiertas a raíz de la tormenta desatada esa mañana muy temprano y una luz mortecina apenas iluminaba las calles.


Cuando toqué el portero eléctrico ya sabía que Mauricio no estaba porque habíamos quedado en encontrarnos a las nueve, pero como siempre llegué antes. La verdad no sabría decirle Señor, porqué fui tan temprano si estaba segura que no lo hallaría. Además hacía un tiempo largo que nunca sabía la hora en que Mauricio se aparecería por el departamento. Como tampoco sé bien porqué cometo siempre los mismos errores.

Para colmo esa tarde no podía encontrar en mi bolso la llave de la puerta de entrada del edificio. El encargado que estaba trabajando en la planta baja me miraba a hurtadillas. Le hice señas varias veces para que me abriera, pero él haciendo como que no me conocía siguió en lo suyo. Yo seguía revolviendo el bolso mientras suplicaba por la maldita llave, o que el hombre se apiadara de mí y me dejara entrar. Para esos momentos ya estaba empapada porque cuando bajé del colectivo el viento me había dado vueltas el paraguas. Era un diluvio tremendo y el frío me calaba los huesos.


Había llovido a cántaros todo el día, no estaba para salir a la calle y querría heberme quedado calentita en mi casa, pero pudieron más mis ganas de encontrarme con él.
_¡Y el hijo de puta!. -Perdóneme Señor- es que el encargado seguía haciéndose el sota. ¿Pensaría dejarme afuera hasta que Fabricio llegara?...¡Viejo estúpido!

No sé porqué, pero se hacía como que no me conocía, si cada vez que entrábamos al edificio con Mauricio no nos sacaba los ojos de encima.

La cuestión que cuando al fin me dejó pasar, subí al ascensor y me largué a llorar como una estúpida de la rabia que tenía. Y pensé hecha una furia ¡pero qué tarada que soy..lo tendría que haber insultado cuando me abrió!.
Es qué me sentía impotente porque la llave no aparecía. !Y usted no me va a creer Señor! qué es lo que encontré en lugar de esas malditas llaves.

Recuerdo que el martes anterior cuando entré al departamento de Mauricio, estaba a oscuras por un desperfecto eléctrico. Y le cuento que busqué y rebusqué los fósforos en mi bolso a la luz del palier, pero ese día no aparecieron; y fue con lo primero que me tropecé este martes diez de Mayo cuando lo que buscaba eran las llaves.


¡Parecía una burla!... La verdad Señor que no sabría decirle quién, pero alguien me estaba jugando una broma pesada.

¡Si será gracioso!, yo estaba en medio de la lluvia, tironeada por el viento de aquí para allá y las llaves sin aparecer ¡¿y encuentro los fósforos?!. Ja ja ja!!
Discúlpeme Señor, pensará que estoy loca... pero digame si no es para morirse de la risa. Aunque ese día no estaba para bromas. Últimamente nada me puede causar gracia.
Me acuerdo qué empecé a patear la puerta de vidrio con todas mis fuerzas. Ahora Señor me da risa al acordarme; yo parecía una loca y el viejo parecía como que había visto al mismo demonio. Perdón Señor pero no fue para menos ya que lo quemé con la mirada cuando pasé por su lado.

¡Señor!... !fue el colmo! ¿Porque ya le conté qué en la caja solo quedaba un fósforo?

Recuerdo que lo blandí ante mi rostro como si estuviera encendido y entré al edificio. Usted se preguntará Señor, ¿si fue en ese momento que tomé la decisión?… No sé…La verdad que no sabría que contestarle.


Solo sé que coloqué la llave en la cerradura del cuarto ¨C¨ y me persigné. Tampoco sé bien porqué lo hice. Quizás fue por el terror que me causan los truenos. O quizás por encontrarme en ese tortuoso escenario, sola otra vez en ese lugar ya desierto del calor de los primeros tiempos.


¡Fabricio me va a oír!, pensaba mientras me secaba la rabia con la manga mojada del saco. Estaba decidida a no dejarlo que me contara otra vez la misma historia. “Que su trabajo”. “Que sus estudios”. “Que su familia”.

¿Y yo qué?. ¿Dígame Señor, si no tengo razón?. ¿Y yo?... Soy yo quién siempre bailo al compás de su música. ¿Es que yo no tengo mi vida también?. ¿Mis cosas no tienen valor? Aunque no estudio como él. Tampoco trabajo como él. Y de mi familia mejor ni hablemos.



Pero yo siempre estoy para él. Incondicionalmente y para todos sus caprichos.

¿Y él que hace por mi? Ni siquiera se esfuerza por llegar a horario en el único día que tenemos para estar juntos.

Ese día Señor, le cuento qué di vueltas y vueltas por el pequeño pañuelo de su departamento. Las horas se fueron marchitando al compás de mil razones. Sin darme cuenta me quedé dormida hecha un hovillo en el sofá cama -nuestro nidito de amor de los primeros tiempos- ¡si seré cursi!.



Pero fue así Señor, como le cuento. Bien digo. Fue….


Y me despertó el ruido de las llaves en la cerradura. Antes que él cerrara la puerta por dentro alcancé a desenredarme de las telarañas que se esforzaban por retenerme, y apenas pude distinguir en mi reloj pulsera que eran las dos.

¡Las dos!! -le grité- ¿Son las dos de la mañana? pegué un salto, no podía creerlo...



_¡Mauricio, tendrías que haber llegado a las nueve de la noche del martes 10!...¡Y te aparecés a las dos de la mañana del miércoles 11!


Lo último que me acuerdo borrosamente como si fuera parte de una alucinación o de una pesadilla interminable; es que lo vi a Fabricio que venía hacia mí con los brazos extendidos y su típica sonrisa seductora. Recuerdo que pensé envolverme en sus brazos y olvidar una vez más la espera; pero de repente sentí una explosión en mi oído.

¡Él sabía muy bien Señor Juez que me vuelvo loca cuando me hace retumbar los oídos con sus besos!... Desde ahí en más perdí la noción del tiempo y de mis actos. Y no sé… No sé Señor. La verdad que no sabría decirle, cuál fue la verdadera causa que hizo estallar ese proyectil.


María Luz Mayo 2006