Escapándole a los sueños:

Estaba dándole de comer a mi mascota en el patio de mi casa, cuando apareció una jauría de perros despavoridos que le escapaban a una parva de apestosos insectos. Les puedo decir sin mentir qué temí por mi vida; fue cuando espantada comencé a correr y me di cuenta que era perseguida por personas desconocidas a quienes no los podía ver. Parecían pisarme los talones por eso levanté vuelo para escapar más rápido, ya qué cuando vuelo siento que nadie me puede alcanzar. Pero como me costaba mantenerme en el aire, caí cómo en picada en un lugar que parecia una laguna de arenas movedizas y cuanto más me adentraba se iba convirtiendo en un lodazal oscuro del color del petróleo.

Yo seguía tratando de escapar por ese camino, y a medida que me internaba en él se volvía más profundo y extenso, era difícil salir de allí y el pánico se había apoderado de mí.
Por un momento dejé de presentir cerca a estos personajes nefastos, fue cuando pensé que los había desorientado. No sé cómo salí de esa telaraña, toda cubierta de un líquido gelatinoso, era como una baba rojiza repulsiva. Igualmente me senté en la mecedora a tomarme unos mates; no entendía porqué mi cocina estaba a oscuras y porqué cebaban mates esas personas raras; que mirándolos bien creo que eran los mismos que me querían atrapar unos segundos antes. Pero ahora se veían amistosos y muy tranquilitos todos ellos estaban cebando un brebaje muy espumoso, pero con el agua hirviendo. ¡Y los hubieran visto! cómo se desternillaron de risas cuando me quemé la boca con el agua caliente, pienso qué fue por el improperio que les lancé; aunque ni yo entendía lo qué les decía.
Ellos seguían riendo a pesar de mi enojo, creo que se reían por mi manera de hablar medio gangosa.

Mi marido entró a la cocina, pero parecía tener cinco años más o menos, estaba vestido con unos pantaloncitos cortos azules y camisa blanca de marinerito. Tenía las manos como el protagonista de la pelicula "Manos de tijeras" y en ellas traía una pila de tarjetas de créditos, me las arrojó a la mesa exclamando entre sollozos que había descubierto al pibe que le había matado a su gatito.
Y seguía repitiendo lastimoso: “lo peor de todo que es mi amigo”.

Mientras él hablaba, un grano que le ocupaba casi toda la cara parecía que le iba a explotar en cualquier momento y desde abajo de la mesa se asomaba un pibe de mas o menos siete años, creo que sería el mismo que le mató al gato. El chico lo miraba asustado a mi marido, quién me hacía señas revoleando las tijeras, yo no entendía porqué los nuevos amigos o sea viejos enemigos, también me hacían señas. Despúes me di cuenta que era por el grano que se iba dilatando cada vez con más prisa a punto de explotarle al nene, o sea mi marido, quién se ponía más rojo, y yo me volvía también más chica pero de tamaño.

De pronto estábamos en la calle y mí marido seguía gritando; y yo no entendía que quería, se parecía a mí cuando le hablaba como gangosa a mis enemigos, ahora mis amigos.
Yo lo observaba que seguía pareciendo un nene de cinco años, aunque de a poco iba retrocediendo a cuatro años, tres, dos...

Los personajes que me habían perseguido y se volvieron muy amigos míos, se habían trepado al techo vecino y desde allí con las sábanas del tendedero hicieron un telón. Parecería que estaban interpretando una obra divertida, yo los observaba y pensaba maliciosa “¿Estos no son los mismos monstruos que me corrían?” Ellos ahora lucían cómo angelitos, esto me confundía un poco y no podía saber si en verdad eran buenos o se hacían.

Mi marido seguía insistiendo en qué aguzara los oídos a lo qué él me decía. Pero yo a cada grito de él me volvía más y más pequeña, también más enojada porqué no me dejaba concentrar en mis pensamientos; “que sí esos personajes eran o no, los monstruos, y que si lo eran, ¿que había pasado, y qué los hizo cambiar de actitud? O quizás eran las dos cosas y actuaban según se presentaba el momento”.

Me metí en la guantera del auto, porqué me dio mucho frío de tanto pensar, y quería estar tranquila. De pronto sentí que estaba a salvo y qué un par de ojos claros casi blancos me estaban cuidando; él me mostró qué no me había dado cuenta qué estaba desnuda. Entonces me envolví en las boletas de impuestos y me quedé allí resguadada observando la obra de mis nuevos amigos, quienes inventaban mil contorsiones distintas para hacerme reír.

La verdad no sé en qué momento salí de tal confusión, y pude venir a contarles este relato, de peor calidad quizás que el cuento del jueves anterior, aunque más breve, eso sí.
No sé si me reconocen, soy esa “mujer-niña”, que estaba mirándolos desde la guantera de un coche mientras ustedes daban brincos…

¿Se acuerdan de mí? ..
Soy yo, la de los sueños posibles…

María Luz… 2005-10-06